7.24.2011

Lustre

Y no quedaban brillosos, como que los opacaba el frío encuartelado de la recámara. Y unto nuevamente, ahora con mayor cuidado. Los acerco finalmente, uno a la vez, a la lámpara del estudio para que el calor se adueñe del cuero y fije el color con mayor nitidez. Esa es la última actividad del día y los zapatos quedan listos para mañana. Concilio el sueño con dificultad. La falta total de ruidos me pone inquieto: en este edificio no hay fiestas, jóvenes amorosos, vamos ni grillos. En este departamento, ni siquiera a lo lejos, se escucha un motor, es más, ni una sirena. Y vaya si Revolución es ruidosa.

De súbito siento un potente bombeo de sangre, me palpita el cerebro. A los ojos, totalmente abiertos, por algunos segundos los invade una parálisis de terror, turbiamente pueden, a través de la oscuridad, vislumbrar una brillantes omnipotente que lentamente se acaba: ¿qué es esto?, ¿dónde estoy? Es la blancura del techo que a primera vista impresiona hasta que los ojos se ajustan. Después de un reconocimiento preliminar, la razón entra en onda, pero no así mis oídos, que todavía sufren. ¡Exigen! Es ahí cuando retomo el mando y salto de la cama, titubeante, para apagar el despertador.
Con la esperanza que la razón se atonte, transcurren los cinco minutos más inútiles del día, después recobro asustadizamente la conciencia y tomo la toalla y un baño.

Faltando cinco minutos para las siete de la mañana, estoy sentado en mi lugar preferido del F-207. Simulo que leo mientras veo los detalles insulsos de una foto de Pancho Villa y Emiliano Zapata: atrás de las botas de Villa, un huarache de indio; a la derecha de ambos, dos caras de niños, como si fueran ángeles puestos ahí por diseñador de fotos; ¿una mujer enlutada?; diez sombreros; un moño de charro y una pañoleta; y una mujer, la enlutada, peor tal vez sea hombre. Sin darme cuenta, los fantasmas de la noche huyen de la universidad asustados por la llegada de los alumnos. Se va formando el rompecabezas de lo que será el día.

Dejo la foto al saludo de ella que llega al salón. El sueño se va, el rompecabezas, armando, sube un poco y se desploma en un sin fin de fichas, como un mar de marejadas altas.





Ciudad de México. Martes 24 de noviembre de 1998.

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