12.06.2011

Juego de muñecas

la lluvia se fue,
no queda ni el viento
únicamente se percibe, a lo lejos, el humo de las cocinas.
aquí hace frio, abajo no


las horas se mudaron y buscaron su acomodo,
en aquel tiempo los días saludaban y se perdían
como los chilpayatitos
atrás en el jardín, en el brunch, a fuera en la angostura,
en el pavimento.


intenso
como adherido a una lapa,
lujuria
aprensión, pegamento de sangre,
desbordamiento
ahora, desde aquí, desde donde se ven las chimeneas y los tejados
aquellos días parecen arenas chispeantes
breves,
incluso,
como si nunca tu roce hubiera estado tan cerca,
navegando en el mar de Andamán, o en el lecho del Me Nam
trenzados en un amor sin holguras
tan humanamente prendido
casi uno


allá van los minutos aporreados
risas.
que los alcancen los jóvenes


no me acuerdo
la memoria rodó lejos, desde antes.
iba rebotando como pelota hueca
fugaz
ahora desde aquí,
parece que llevabas la prisa de la muerte
de no querer encontrarla
de recuperar un tiempo que se te había perdido,
de niña huérfana
como adivinando, anticipando lo inevitable
páramo quemado, agua de lluvia pasada
gravilla furibunda
atizo, flamea, hierve el agua


Aquella saya ondulante
todo me susurra, me habla hasta la tasa
lo supiste todo, desde un principio
como la casa de muñecas de Joaquina
jugaste
ahí estábamos en medio de aquel torbellino efímero.
la verdad nos arropaba, pesada, pero aquel calor,
yo me la quitaba de encima.
me acuerdo porque tomo aire
porque en estos días fríos y lluviosos
me viene una tempestad de recuerdos
tal vez de fantasías


el perro ladra,
Fabián está llegando
los ladridos se pierden
los pasos, en los oyamales, en los pinos




Zihuatanejo, México. Diciembre 4 de 2011.

7.24.2011

Lustre

Y no quedaban brillosos, como que los opacaba el frío encuartelado de la recámara. Y unto nuevamente, ahora con mayor cuidado. Los acerco finalmente, uno a la vez, a la lámpara del estudio para que el calor se adueñe del cuero y fije el color con mayor nitidez. Esa es la última actividad del día y los zapatos quedan listos para mañana. Concilio el sueño con dificultad. La falta total de ruidos me pone inquieto: en este edificio no hay fiestas, jóvenes amorosos, vamos ni grillos. En este departamento, ni siquiera a lo lejos, se escucha un motor, es más, ni una sirena. Y vaya si Revolución es ruidosa.

De súbito siento un potente bombeo de sangre, me palpita el cerebro. A los ojos, totalmente abiertos, por algunos segundos los invade una parálisis de terror, turbiamente pueden, a través de la oscuridad, vislumbrar una brillantes omnipotente que lentamente se acaba: ¿qué es esto?, ¿dónde estoy? Es la blancura del techo que a primera vista impresiona hasta que los ojos se ajustan. Después de un reconocimiento preliminar, la razón entra en onda, pero no así mis oídos, que todavía sufren. ¡Exigen! Es ahí cuando retomo el mando y salto de la cama, titubeante, para apagar el despertador.
Con la esperanza que la razón se atonte, transcurren los cinco minutos más inútiles del día, después recobro asustadizamente la conciencia y tomo la toalla y un baño.

Faltando cinco minutos para las siete de la mañana, estoy sentado en mi lugar preferido del F-207. Simulo que leo mientras veo los detalles insulsos de una foto de Pancho Villa y Emiliano Zapata: atrás de las botas de Villa, un huarache de indio; a la derecha de ambos, dos caras de niños, como si fueran ángeles puestos ahí por diseñador de fotos; ¿una mujer enlutada?; diez sombreros; un moño de charro y una pañoleta; y una mujer, la enlutada, peor tal vez sea hombre. Sin darme cuenta, los fantasmas de la noche huyen de la universidad asustados por la llegada de los alumnos. Se va formando el rompecabezas de lo que será el día.

Dejo la foto al saludo de ella que llega al salón. El sueño se va, el rompecabezas, armando, sube un poco y se desploma en un sin fin de fichas, como un mar de marejadas altas.





Ciudad de México. Martes 24 de noviembre de 1998.

7.23.2011

Hasta las tres


Y ahí estaba aquel signo de admiración que cerraba la línea que no alcanzaba las diez palabras.
“¿Cómo me olvidé de algo tan importante? Siempre, el peor enemigo he sido yo mismo”. Lo miraba una y otra vez. Cerraba los ojos, se pasaba las manos por los cabellos. ¿?, ¿?, ¿? En cualquier otro lugar no tendría importancia. Pero no en ese. Parecía que escuchaba las palabras rancias y altisonantes de Jerónimo: “¡Lo trascedente es que ella trabaja hasta las tres!” Él odiaba la mala ortografía y aquello había sido un descuido. Lo que más lo reventaba era que a aquel jefe suyo la ortografía le importaba lo que a un perro le interesa una mosca. Sólo la usaba, si eso se puede decir, era porque existía. Pero no iba a desperdiciar la ocasión para joderlo la semana entera.

6.28.2011

Horacio


Las gotas despiertan las plazuelas, las banquetas se quedan estáticas de frío: soportan lo que nadie quiere. Antes, por ahí pasaban tus pasos rápidos. Ahora no pasan. Muchos pasos, sin sentido, en todas direcciones y en ninguna. La lluvia cae apresurada como los pasos. Imitan los pasos que se apresuran, las zapatillas altas que quieren llegar a la otra orilla, el charco que crece gordo, los neumáticos se engolan partiéndolos. No sigo tus pasos porque ya no están. Se fueron hace mucho tiempo. La calle no guarda recuerdos de ellos. Ni uno. Todo existe porque lo superpongo, porque me acuerdo. Porque al mirar, mis ojos no se estiran, se hunden. La calle es una muralla que no deja ver más allá, son un tope que regresa la vista y la impulsa dentro de mi retina y me acuerdo. Aquí ibas, íbamos, los dos como dos niños, riendo. Breves momentos en los que se asomaban las risas, breves contratiempos que no debieron existir. Después las discusiones interminables, enormes y largas como las tiras de las cajas contadoras en los bancos antiguos. Interminables tiras de papel, en rollo: para regalar. Yo sólo escuchaba, tú hacías todo el talking y las palomas seguían pasando, volaban lejos y lejos se iban. Se iba la lluvia y las palabras, la ciudad se despertaba perezosa con una cara limpia y fresca. Las calles, eternas calles sucias y violadas se despertaban diáfanas, hasta felices. Todo lo espiaba desde mi ventana, de lo alto. Si la vida pudiera resumirse en un mismo tiempo, estuvieran nuestras manchas grabadas en esa pintura que colgaría en la sala. Colores borroneados en un enorme cuadro sobre una pared blanca. Nuestras manos cerca, tu respiración palpitante de súplica y protesta. Siempre suplicantes y protestantes. No hay resurrección para los amores ciegos y apaleados.

Tus zapatillas se fueron por la misma calle por la que venías o me fui yo. Al final, casi siempre, no era bienvenido. Nunca lo fui, pero yo miraba tras la ventana, como si nada pasara. El corazón de melón que guardaba un rincón para mí, dentro de todas sus cosas había un rincón para mí, como en el rincón secreto de una niña traviesa. Así, era envuelto como el regalo pasajero en el que hacías realidad una epifanía falsa. Un día cerraste la caja y me quedé en este balcón, mirando. Como si nunca hubieras existido. Tú también, pero el arte con que se desarrolla la vida está descompuesto, la vida y la calle están cuesta arriba o cuesta abajo dependiendo de la dirección que lleve uno. Ya no nos vinos. Ya no nos vemos. En la calle sigue lloviendo y secándose con el sol bonachón bajo mi balcón. Abajo quedan, incluso, los eucaliptos limpios limpios y frescos. Las palomas se refugian en los alerones de la iglesia. Los judíos pasan en grupos riendo. Las mujeres llevan sus carriolas felices. Los niños gritan o eso pienso. Desde arriba sólo se ven los movimientos de las manos agitándose. La lluvia limpió las calles y los árboles.




Zihuatanejo. Mayo 18, 2011.

5.21.2011

Me curo


Estoy tan solo que hasta desconfío de mí mismo.
Me siento enfermo. De algo horrible.
Ni siquiera me atrevo a mirar a nadie.

En las escaleras suenan pasos.
Antes de que alguien me vea, me aviento a la calle,
me meto a la ciudad. Me curo.



Octubre 16 de 2005.

4.10.2011

Bolsa negra


palabras redentoras de museo
silencios indecisos fusilados
llameantes recuerdos enterrados
Atila atrincherado por Perseo

amapola en la frente de Odiseo
suplicantes suspiros enlazados
latidos de otros tiempos atrapados
pólvora en mis sentidos fariseos

aquellos ojos ya jamás encuentro
en lontananza: guerreras trompetas
garibaldi sin azúcar siniestro

lagrimeo en mis cafés tu silueta
el bean bag de abrazos te secuestro
bolsa negra: reliquias en pirueta




Zihuatanejo, Noviembre 6, 2010

3.27.2011

X24


En 1998 estaba iniciando la universidad y en clases con mi profesor de redacción, Dr. Oscar Mata, trabajábamos algunos mini cuentos. Recordaba uno en particular y me propuse encontrarlo entre libros, archivos electrónicos y notas de clase. Lo encontré, cambié algunos detalles y está aquí.




X24

Platicar y platicar, el habla, la comunicación, llave del comportamiento humano, soluciona cualquier problema entre individuos y sociedades... Así me lo contaba mi amigo X24, en un día lluvioso y seguramente contaminado de la cuidad. En días así me gusta quedarme en la cama, abrigado, entre leer un libro, sorber despacio un chocolate caliente, dejar la persiana emparejada para experimentar la sensación de frío que entra de la calle y abrigarse más apretado. Ese frío que motiva al recuerdo de tiempos pasados, añorados; esto por lo caliente del cuerpo al encontrar la brisa fría del clima lluvioso. Y mientras se enfría el chocolate y entramos en la trama del libro, oler, despacio, como aspirando la fragancia única del cuello de una mujer, despacio, silenciosamente despacio, así disfrutar, a intervalos lentos, el olor de la tierra mojada que desprende esos aromas que desprenden esos pensamientos que retroceden la memoria.

Platicamos de la vida, de filosofía, de galaxias, de política, de cocina, de la Vía Láctea, hasta que nos enfrascamos en un tema meticuloso en el que éramos polos opuestos: el amor.
X24, ya estoy acostumbrado, siempre muy radical. Para él, el verdadero amor es el de las siluetas sinuosas y apretadas; para mí, no hay quien iguale a aquellas que dan mate en cinco jugadas sin haber siquiera enrocado.

Lo que mi amigo apuntaba a su favor era que las cabelleras sedosas, ojos simpáticos, piel tersa, cintura breve, caderas notables y bustos estéticos son la creación perfecta, aquí y en cualquier universo de cualquier realidad. Son las que visten si ropa interior en sus casas, las que comen sin oler, las que se bañan descalzas, las que viven de miradas indirectas -que si fueran borradores las desaparecerían-, las que fortalecen su ego vistiendo escote y paseando por Reforma, las venusinas, las de uñas largas y coloradas, en fin, las que hacen recordar los placeres de la vida.

-No concuerdo, mi querido X24. No, en absoluto -le contestaba mientras veíamos las gotas de la lluvia resbalar por el cristal de la ventana-. Lo que me describes no es belleza. Es un disfraz de belleza, una belleza fingida, temporal. La belleza no es la que se divisa a la primera mirada, sino la que esconde en la persona. Eso que por mujer me denotas es algo parecido a las frutas del mercado: bonitas por fuera pero te queda la incertidumbre de su interior. La verdadera mujer es aquella que se mezcla con las letras y guarismos, aquella que se libera del mexicanismo, la que sueña despierta, la que conserva su belleza aún el correr de los años: a la razón no se le notan las arrugas, las auténticas, las de lentes, las dementes, las del domingo en Chapultepec, aquellas que se bañan leyendo, las que se valúan por lo que saben y no temen la contra-cirugía del doctor tiempo...

Bla, bla, bla, bla...

Como siempre que estamos juntos pasaron las horas sin darnos cuenta. La lluvia de la tarde su fue, los truenos, las últimas gotas en la ventana, hasta escuchamos el aleteo de palomas, nos quedamos sin palabras. Terminamos cuando se despedía el sol. Obviamente no concluimos la charla, pero X24, mi querido amigo, tenía que llegar a su casa antes de la final eclosión en la punta de la séptima estrella, allá cerca del rincón de la galaxia Norte 567 del apartado 906090, universo De la Colina Sonriente, realidad Invertida, donde, por cierto, de pequeños jugábamos a los tristes vivientes animados.

Jueves 19 de noviembre de 1998.

2.20.2011

Resumen


A veces un bonche de palabras, sin orden, ceñidas a una métrica y metidas como lechugas en una ensaladera resumen mejor, al momento de escribir, el pensamiento. Las imágenes que llegan al cerebro son las mismas que en un escrito coherente, con la diferencia que la ordenación se hace inconscientemente. Al final queda una sensación clarificada aunque no se haya entendido la lectura. La poesía está llena de estos parches sobre parches de palabras. Este es una de esas ensaladas de palabras, amarradas en un soneto.




Resumen

Roses, susurros, caricias ajadas
manos tiesas, sensibles, sin aceites
malabares borrachos sin deleite
ojos tuyos, sin fin, en la alborada

miradas palpitantes ya quebradas
mis herrumbrados labios decadentes
Sepultadas sonrisas exigentes
bendiciones, palabras espinadas

sudores de tu cuerpo en mi desvelo
Nueva York en las sombras de tus pasos
clítoris asesino de mi anhelo.

piernas revueltas, sinsabor de abrazos
pulmoncitos histriónicos en duelo
Tú lejos, otredad, versos escasos.


Zihuatanejo, Noviembre 1, 2010