7.23.2011

Hasta las tres


Y ahí estaba aquel signo de admiración que cerraba la línea que no alcanzaba las diez palabras.
“¿Cómo me olvidé de algo tan importante? Siempre, el peor enemigo he sido yo mismo”. Lo miraba una y otra vez. Cerraba los ojos, se pasaba las manos por los cabellos. ¿?, ¿?, ¿? En cualquier otro lugar no tendría importancia. Pero no en ese. Parecía que escuchaba las palabras rancias y altisonantes de Jerónimo: “¡Lo trascedente es que ella trabaja hasta las tres!” Él odiaba la mala ortografía y aquello había sido un descuido. Lo que más lo reventaba era que a aquel jefe suyo la ortografía le importaba lo que a un perro le interesa una mosca. Sólo la usaba, si eso se puede decir, era porque existía. Pero no iba a desperdiciar la ocasión para joderlo la semana entera.

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