3.27.2011

X24


En 1998 estaba iniciando la universidad y en clases con mi profesor de redacción, Dr. Oscar Mata, trabajábamos algunos mini cuentos. Recordaba uno en particular y me propuse encontrarlo entre libros, archivos electrónicos y notas de clase. Lo encontré, cambié algunos detalles y está aquí.




X24

Platicar y platicar, el habla, la comunicación, llave del comportamiento humano, soluciona cualquier problema entre individuos y sociedades... Así me lo contaba mi amigo X24, en un día lluvioso y seguramente contaminado de la cuidad. En días así me gusta quedarme en la cama, abrigado, entre leer un libro, sorber despacio un chocolate caliente, dejar la persiana emparejada para experimentar la sensación de frío que entra de la calle y abrigarse más apretado. Ese frío que motiva al recuerdo de tiempos pasados, añorados; esto por lo caliente del cuerpo al encontrar la brisa fría del clima lluvioso. Y mientras se enfría el chocolate y entramos en la trama del libro, oler, despacio, como aspirando la fragancia única del cuello de una mujer, despacio, silenciosamente despacio, así disfrutar, a intervalos lentos, el olor de la tierra mojada que desprende esos aromas que desprenden esos pensamientos que retroceden la memoria.

Platicamos de la vida, de filosofía, de galaxias, de política, de cocina, de la Vía Láctea, hasta que nos enfrascamos en un tema meticuloso en el que éramos polos opuestos: el amor.
X24, ya estoy acostumbrado, siempre muy radical. Para él, el verdadero amor es el de las siluetas sinuosas y apretadas; para mí, no hay quien iguale a aquellas que dan mate en cinco jugadas sin haber siquiera enrocado.

Lo que mi amigo apuntaba a su favor era que las cabelleras sedosas, ojos simpáticos, piel tersa, cintura breve, caderas notables y bustos estéticos son la creación perfecta, aquí y en cualquier universo de cualquier realidad. Son las que visten si ropa interior en sus casas, las que comen sin oler, las que se bañan descalzas, las que viven de miradas indirectas -que si fueran borradores las desaparecerían-, las que fortalecen su ego vistiendo escote y paseando por Reforma, las venusinas, las de uñas largas y coloradas, en fin, las que hacen recordar los placeres de la vida.

-No concuerdo, mi querido X24. No, en absoluto -le contestaba mientras veíamos las gotas de la lluvia resbalar por el cristal de la ventana-. Lo que me describes no es belleza. Es un disfraz de belleza, una belleza fingida, temporal. La belleza no es la que se divisa a la primera mirada, sino la que esconde en la persona. Eso que por mujer me denotas es algo parecido a las frutas del mercado: bonitas por fuera pero te queda la incertidumbre de su interior. La verdadera mujer es aquella que se mezcla con las letras y guarismos, aquella que se libera del mexicanismo, la que sueña despierta, la que conserva su belleza aún el correr de los años: a la razón no se le notan las arrugas, las auténticas, las de lentes, las dementes, las del domingo en Chapultepec, aquellas que se bañan leyendo, las que se valúan por lo que saben y no temen la contra-cirugía del doctor tiempo...

Bla, bla, bla, bla...

Como siempre que estamos juntos pasaron las horas sin darnos cuenta. La lluvia de la tarde su fue, los truenos, las últimas gotas en la ventana, hasta escuchamos el aleteo de palomas, nos quedamos sin palabras. Terminamos cuando se despedía el sol. Obviamente no concluimos la charla, pero X24, mi querido amigo, tenía que llegar a su casa antes de la final eclosión en la punta de la séptima estrella, allá cerca del rincón de la galaxia Norte 567 del apartado 906090, universo De la Colina Sonriente, realidad Invertida, donde, por cierto, de pequeños jugábamos a los tristes vivientes animados.

Jueves 19 de noviembre de 1998.

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